Roberto Cavalli era, para mí, sinónimo de un diseñador de ropa estrafalaria que nada tenía que ver con mi gusto personal. Sin embargo, como cronista de moda que soy, no podía ignorar que su estética había cimentado un nombre sólido y una clientela ávida de sus creaciones. Así que cuando me invitaron a conocerlo personalmente, imaginaba que visitaría su villa y su atelier, guardando la distancia con el diseñador que se ha atrevido a vestir a celebridades como Verónica Castro y J-Lo, resaltando la ya de por sí obvia vulgaridad de esas estrellas.
Mi primera prueba de que estaba en un error, fue al recibir una pieza de joyería que aguardaba para mí, como obsequio, en la habitación del hotel. Al verla pensé: ¿a quién se le puede ocurrir que me colgaría un cuerno negro? Pero al día siguiente, al ver ese mismo collar en algunas de las invitadas al evento, poco a poco me fue pareciendo un objeto interesante y al final del viaje decidí quedármelo, no sin antes haberme enterado de que lejos de ser un cuerno, el colgante es un tipo de pimiento que es símbolo de buena suerte.
Llegar a la villa donde vive Cavalli también fue una sorpresa, pues a pesar de que había algunos elementos que distinguen a su marca -estampados de animales, colmillos y cuernos- también fue una grata sorpresa encontrar la manera en que se fusionaban con otros objetos de arte y que la mezcla lucía muy bien.
El diseñador florentino hizo su aparición en público con sus clásicos lentes oscuros y un pastor alemán a su lado. Después se integró su esposa, Eva, vestida impecablemente sin muestras de estampados animales en su atuendo.
Esa tarde, visité la fábrica Roberto Cavalli y tuve la oportunidad de ver a los diseñadores de los vistosos textiles haciendo los estampados en la computadora, después pude observar el proceso del estampado en rollo y por pantalla individual así como el estricto control de calidad al que se somete cada tela. En una de las máquinas estaban trabajando en un estampado de pitón al que le aplicaron cerca de 15 tonos, para poder dar esa impresión de que las escamas tienen dimensiones diferentes. Después de ver ese fantástico trabajo, tuve que admitir que me hubiera comprado una blusa con ese complicado motivo.
Más tarde pasé a la oficina de Eva, quien además de ser la compañera sentimental de Cavalli, es la directora creativa de la firma. La cantidad de imágenes, estampados, objetos y fotos era sobrecogedora. No sabía a dónde voltear. Supongo que por eso, al llegar a la oficina del mismísimo diseñador, ya mis ojos estaban acostumbrados a la estimulación máxima.
Roberto Cavalli es un hombre agradable. Trataba de hablar inglés, pero sabía que Eva estaba ahí para explicarle o traducirle lo que no entendiera del todo. Habló con soltura mientras lo entrevisté para Marie Claire, Caras y Harper´s Bazaar. Reía al hacer bromas y casi se derrite de ternura cuando vio al perro, volver a su lado, después de dar un paseo por los jardines.
Eva, por su lado, es una mujer guapa, elegante y muy agradable. Ella respondía algunas de las preguntas y complementaba las de su marido con claridad e inteligencia.
Por la noche los Cavalli hicieron una gran fiesta. La casa tenía mesas cuya mantelería estaba hecha con las magníficas telas de la fábrica: sedas con todo tipo de estampado animal. Pero también tenían velas, copas de cristal, flores y las servilletas con dibujo de tigre. Todo era muy barroco, saturado, pero de buen gusto. No supe cómo, pero tuve el deseo de poner una mesa así en casa. Sólo había pasado un día en el ambiente Cavalli y ¡ya me habían transformado!
Ahora pienso que Cavalli tiene muchas más virtudes que saberse vender. Su identidad es el fuerte de la marca. Pero el hombre y la mujer que están detrás, trabajando cada temporada, sin duda son dos pilares que sostienen ese inmenso prestigio con un amor salvaje por la moda.
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Estampado de pitón siendo sometido a control de calidad. |
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Oficina de las diseñadoras de estampados en Roberto Cavalli. |
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Rollos de seda que se han estampado en la fábrica del diseñador florentino.
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