El espejo es una obsesión para Lucy Pereda. El maquillaje lo es para todas. Porque sucede que después de verte pintada como charola michoacana, es difícil enfrentar tu rostro sin gota de maquillaje. Por eso tenemos a las actrices y conductoras mexicanas llevar pestañas postizas, intensas sombras y rubores protagónicos al súper y hasta se creen que se ven naturalitas. Ruego que no me pase eso. Que pueda volver a mi labial rojo sin extrañar las pestañas postizas.
Pero así como los ricos también lloran, las divas también sufren. Entre las capas de maquillaje con múltiples retoques de polvo y las luces ardientes, la piel se va secando al grado que, al final del día, parece un pergamino. El pelo tiene su propia tortura, pues con el calor del infierno, nos toca lavarlo diario y someterlo a la pistola de aire, la plancha y el spray durante todo el día. Me pregunto cómo llega una diva a verse guapa y saludable fuera del estudio, pues su piel está cansada y su melena opaca de tanto aspirar a la perfección frente a las cámaras.
El día empezó con una entrevista a un sexólogo. El pobre hombre llegó el día anterior y nos siguió de aquí para allá preguntando cuándo le haríamos su programa. Tuvo que quedarse a dormir y si no fuera porque amenazó con irse, quizá su espera se hubiera prolongado algunas horas más…unas 12. Por suerte, el hombre floreció ante las cámaras y nos recetó, a las 8:30 de la mañana, algunos tips para ponerle sal y pimienta a nuestra vida sexual. A mí me preguntó mi signo zodiacal y cuando le respondí que era Leo, se le ocurrió describir una escena que me despertó. “ Los Leo, hombres y mujeres, tienen como talón de Aquiles la columna vertebral”, dijo el experto y yo inmediatamente lo descalifiqué. Afortunadamente la columna no ha sido un tema central en mi vida, pensé incrédula. “Imagínate, Lucy, que te ponen de espaldas y te pasan la lengua por cada vértebra”, agregó. Abracadabra. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y comencé a darle rienda suelta a la imaginación. Para cuando pude regresar al estudio mentalmente, mi corazón latía con un ritmo acelerado y mis mejillas habían adquirido un color más rosado que el rubor que me pusieron temprano al maquillarme. Nunca había imaginado que una diva tendría que librar las trampas de su libido en plena grabación.
Como consuelo de tontos, me tranquilizó saber que todos sentimos que el infiernos se calentó unos grados más allá de lo normal. Los técnicos estaban tan callados durante la entrevista, que hubiera sido posible escuchar caer un alfiler.
Bendito tema el del sexo, pues me hizo viajar y encontrarme con un ser muy querido. Me permitió postrarme en la cama, desnudar mi espalda y olvidarme, por un rato, de tratar de ser diva.
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