8/23/2011

Lección 7 para ser diva

Rebecca Rincón en primer plano y Lucy Pereda en el segundo. Las divas.


Las divas estaban cansadas.  Es que, en contra de la tradición cristiana, el domingo hicimos tres programas en lugar de dos. Lo único que nos sostenía era el deber. Llegó el momento en el que ya ni hablábamos. El humor sarcástico de Rebecca se apagó como una vela. Marcello empezó a hablar en portugués creyendo que lo hacía en español. Teníamos hambre y mucho calor. Pero todo salió bien. Ese es el tamaño de un verdadero profesional.
Cuando finalmente salimos del infierno ya la recepción de la hacienda estaba cerrada y la puerta de mi hermosa suite tenía una candado enorme que la resguardaba. Para colmo, el restaurante dejó de dar servicio a partir de las 11 p.m. Lo cual implicaba que había que irse a la cama sin cenar. Pero, ¿cuál cama? Nada me apetecía menos que pedirle posada a alguien. Soy de la idea de que si voy a dormir acompañada, es porque hay alguien entre las sábanas con el cual me provoca pasar la noche. Pero no parecía haber remedio: el personal estaba dormido y yo sin cuarto de hotel. Entonces, se me ocurrió que quizá entre el cambio de zapatos, el retoque de maquillaje o las idas y venidas de mi celular, quizá le había dado la llave a alguien de la producción. Le pregunté a Samira, la asistente de Marcello, a los de maquillaje y a las de vestuario y nada. No pude evitar maldecir al tipo que con tanto gusto había recibido mi llave para guardarla y que después se fue a casa a descansar dejándome sin techo.
Las divas empezaban a estresarse porque no había cena. Por ello, el productor ejecutivo, Gustavo Huertas, decidió aventurarse al pueblo para traernos alimentos. Así que mientras él preguntaba a las divas su elección de comida, yo iba desesperada buscando a alguien que apareciera mágicamente la llave de mi cuarto. De pronto, se hizo el milagro: alguien levantó la voz indagando si alguien tenía la llave y una despistada chica salió de la biblioteca, que fue adaptada como oficina de producción, diciendo que sí. ¡Lotería! El pobre hombre de la recepción al que le recordé a su madre, al menos una docena de veces, había tenido la cortesía de dejar mi llave con ella. Menos mal.
Una vez con la llave en mano ya no me importaba ir a la cama con hambre. Rebecca y la otra Lucy, sin embargo, aceptaron esperar la comida del pueblo. Ellas me dieron la reseña de lo que recibieron como cena por la mañana y puedo afirmar que hice bien en pasar.
Las divas amanecieron con mucho esfuerzo. No obstante, tenían que lucir divinas y estar con la energía a tope. Sólo así se puede llamar alguien una verdadera diva.

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