10/10/2010

La bolsa de valores



Sabía que una bolsa de cocodrilo sería cara. No había duda de que, cuando menos, dos de esos valiosos animales tendrían que formar parte del diseño. Pero ni en sueños imaginé lo complicado que sería llevar la piel de este reptil de la granja a la bolsa, hasta que visité el taller de Ángela Gutiérrez en Bogotá, Colombia.

Ángela Gutiérrez no tenía aspiraciones de diseñadora, pero su esposo heredó un zoocriadero  de caimán cocodrilo Fuscus y entonces decidió aplicarse, para sacar el mejor provecho de esas suntuosas pieles. Actualmente, ella tiene su propia colección de bolsas que vende en Colombia y en el extranjero, aunque también funciona como asesora para crear las colecciones de diseñadores que gozan de la apreciación de almacenes como Saks, Nancy González, o cuyos diseños aparecieron en Sex and the City, como Adriana Castro.

En el lugar donde trabaja Gutiérrez, los cocodrilos son criados en condiciones que garantizan la conservación de la especie y que certifican que cada piel que es consumida, tiene un permiso del gobierno colombiano. Incluso cuando el cocodrilo es convertido en un lujoso accesorio, el producto lleva una ficha técnica que remite al permiso que representa que no sólo es legal, sino ecológico. Esta especie pone varios huevos a la vez, pero en condiciones naturales únicamente un par de reptiles llegarían a la madurez. En un zoocriadero, los huevos se colocan en incubadoras y, dependiendo de las necesidades reproductivas, se puede manipular la temperatura de manera que los productos sean todos machos o todas hembras o una cantidad balanceada para mantener la población equilibrada entre los sexos. Además, cuando al cocodrilo se le quita su piel, el resto de su cuerpo se utiliza para alimentar a los demás reptiles del criadero.

Cuando las pieles, de aproximadamente 1.35m. de largo por 32cm. de ancho, llegan bañadas en químicos y espolvoreadas de sal. La piel es procesada para descarnarla y quitarle la grasa. Después se someten a un proceso químico para ablandarla y suavizar los huesos que lleva incrustada la piel. Paso a seguir, se transforma la piel de orgánica a inorgánica a través de químicos. Y después se despigmenta y queda en lo que se conoce como crosta, que es ya una especie de lienzo en el que la piel blanca está preparada para absorber cualquier color en el teñido. Se repigmenta el lote de pieles y se seca. Nuevamente se desbasta para volver a suavizar. El color queda sólido, pero puede abrillantarse al pasarla bajo el peso de un rodillo de ágata o se le da un terminado mate a través de frotarla con un calcetín.

Entonces llegan las pieles a las manos expertas de Gutiérrez. Ella tiene que buscar los cocodrilos que funcionen para cada modelo e intenta que se utilice lo más posible del animal. Sin embargo, los caimanes tienen tantos huesos incrustados en la piel, que algunas veces resulta difícil usar el lomo del reptil, por lo que se prefiere la utilización de la panza, que es tiene menos complicaciones para ser cortada y cosida.

Para la producción de cada bolsa se utiliza un prototipo que especifica el tamaño de la piel (que se mide a partir de la escama ocho del centro de la panza). La piel vuelve a rebajarse para quitar aún más de la carnaza y se desbasta y se corta meticulosamente para evadir los huesos y que luzca lo máximo el dibujo de la piel. “El detalle hace la diferencia”, afirma Gutiérrez, quien tiene que sugerir cada piel para cada estilo de bolsa o accesorio, para que queden de óptima calidad.

En el taller en donde se hacen las bolsas trabajan regularmente seis personas, más Gutiérrez, cuya capacitación es sumamente especializada. Lo hacen, además, produciendo pequeñas cantidades que en el mercado valdrán varios miles de dólares. No obstante, hay épocas en donde la demanda crece y el número de artesanos aumenta.

El día que visité el atelier de Gutiérrez, había una cantidad de bolsas que estaban por viajar al extranjero. Carteras espaciosas, bolsa sobre (clutch) para lucir con un atuendo formal, bolsas estructuradas muy al estilo Kelly o grandes bolsas de amplias asas, fabulosas para llevar a diario. Un verdadero delirio de color y textura. La calidad impecable y los diseños, todos deseables. Imposible comprar uno de esos modelos, estaban contados y en breve serían fletados hacia las boutiques más exclusivas de Estados Unidos. ¡Se me hacía agua la boca!

Después de ver el proceso y a todos los trabajadores involucrados entendí que hay más que una piel exótica de un hermoso animal involucrada en el proceso. Una bolsa de cocodrilo es algo muy especial, definitivamente exclusivo y desde cualquier punto representa un lujo. Un lujo, diría una campaña famosa de un tinte de
L’ Oréal, ¡pero creo que lo valgo!

gatorci@yahoo.com
Bogotá, Colombia: (571) 214-1429 y 1(281) 936-9660.

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