Nada más importante que entender esto: el punto focal es determinante en el éxito de un diseño. Pero, ¿qué es ese secreto que todo diseñador debe conocer? Es algo sencillo de entender y muy difícil de lograr sin experimentar una agonía creativa.
Estamos hablando del punto en donde se detiene la mirada después de hacer un recorrido por un atuendo completo: el broche llamativo de la solapa, la corbata en un traje serio o el collar de diamantes que acompaña un vestido negro.
Si un diseñador pone una falda de capas de seda estampada, debe cuidar que la parte de arriba del vestido sea simple y permita que el ojo se concentre en ese dibujo lustroso de la parte de abajo. Si una novia quiere un corsé de pedrería, la falda que elija debería ser muy sencilla, lo mismo que su joyería. Cuando, por lo contrario, un diseño tiene demasiados elementos llamativos, termina por ser confuso, exagerado y casi siempre se califica como de mal gusto.
Entonces, el problema es la selección del elemento clave y dejar el resto sin complicaciones. He aquí el camino tortuoso de eliminar lo desechable y dejar únicamente lo que culminará el viaje visual para quedar con un buen sabor de boca.
La creación se complica cuando la tela ya en sí es llamativa. ¿Debe el diseñador dejar que sea ella la que luzca y presentar un modelo simple en su silueta? La silueta puede tener elementos atractivos, pero que nunca roben la atención o compitan por ella.
En un anuncio de publicidad, los expertos en la materia, estudian la manera en la que el ojo humano abordará la imagen: dónde comenzará el viaje y en qué punto se detendrá. Lo mismo hace un artista plástico con su obra de arte. El diseñador no es diferente: puede usar una serie de elementos que sean la guía para el ojo, pero la meta es el punto focal. Es el equivalente a la cereza del pastel o el beso de buenas noches.
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