Ahora resulta que una mujer no se puede poner la ropa que a su pareja no le agrada. Ese fue mi problema con mi novio de prepa y obviamente la relación no prosperó. Pero nunca dejará de sorprenderme el alcance del machismo que afecta incluso a las féminas más exitosas y pensantes.
El otro día me tocó salir de compras con… digamos, una chica que trabaja en una posición importante en la industria de la moda. Ella es liberada, tiene carácter suficiente como para hacerse cargo de un equipo y, por si fuera poco, vive con un europeo. Pero la pobre sufría, porque todo lo que le gustaba estaba en la lista negra del novio. Yo le decía: “Fulanita, la que va a ponerse esa ropa eres tú, no él”, pero no había argumento suficiente para quitarle su cara de angustia y animarle a rebelarse contra un tirano que, aparentemente, le censura parte de su guardarropa.
No sé si ellos o yo, pero alguien no entiende nada. La ropa es para uno (o una, dependiendo de tu género). No para el otro. Todos hemos escuchado, alguna vez, que las mujeres nos vestimos para otras mujeres . Yo estoy de acuerdo con la afirmación. Sin embargo, no es para agradarles, sino para competirles y, en algunos casos, para despertarles envidia. Acepto, también, que el acto de desvestirnos es mucho más enfocado al hombre, que el de vestirnos. Estoy segura de que mis amigos gays coincidirían en ambos puntos.
No niego que, de vez en cuando, alguien me ha dedicado su atuendo. Es más, recientemente un hombre dice haber pensado en cada detalle de su vestimenta para complacerme. Lo logró, ciertamente. Por mi parte, en ocasiones me he puesto la falda que arrancó algún piropo, con el afán de halagar, pero nunca por sumisión ante los deseos del otro.
Los machos son a la moda lo mismo que a la libertad. Mi recomendación es: simplemente, habría que evitarlos.
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