No es exclusivo de los hombres, las mujeres también participamos en el asunto. Hablo de la fotografía que mi colega, Irma del Olmo, subió en el Facebook (aquí a la izquierda), refiriéndose a Manuel Mijares como un tipo desgastado y desarreglado, mientras Lucero florecía en la foto. En su comentario pone: “Hay algunos por los que no pasan los años, sino que se quedan.”
Ciertamente Mijares presenta una imagen menos agraciada en la imagen. Ella, en cambio, se ha valido de más de una artimaña para verse radiante. Lo curioso es que el ojos humano tiende a pensar que el que se ve despeinado, con kilos de más o, quizá, menos cuidado, es el que sufre. Lo contrario se asume de la persona que lleva manos y pies manicurados, peinado de salón y atuendo a la última moda en un cuerpo escultural.
Algo hay de cierto, sin embargo, en la conclusión. Los malos amores definitivamente producen estragos en el físico del que los padece. El que fue dejado, rechazado o, simplemente, no se atrevió a arriesgar, no puede ocultar que hay una pieza que le falta en el rompecabezas de la paz en su corazón. Eso se traduce en unos bajando de peso, en otros, aumentando. En muchos dejando su piel ceniza y sus ojos casi sin brillo. Lo sé porque he estado ahí más de una vez. He podido detectar la fuerza de la nostalgia o la tristeza que cubre mi propia imagen ante el espejo. Pero también me lo han dicho. Nunca falta una boca floja que te deja saber lo mal que te ves. Por suerte, existe el profeta que sabe anunciar una resurrección, cuando ya estás listo para gozar de nuevo, alguien lo nota, te lo dice y tú te lo crees. Es verdad, sucede.
No sabemos que hay detrás de la luminosidad de Lucero. Sin duda el cirujano plástico, el estilista y el maquillaje ayudan. Pero hay verdades que no son fáciles de ocultar. Si no me creen, pregúntenle a Mijares.
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