La vestimenta utilizada por las mujeres de cualquier grupo social o económico en la India, no sólo muestra la gran manufactura de textiles que tiene ese país, sino también la inmensa posibilidad de texturas, acabados y estampados que la creatividad es capaz de lograr y combinar.
El sari, un lienzo de tela de seis metros, se enreda y embute a la cintura a través de un cordón, se pasa por el pecho para cubrirlo en gran parte y se deja caer en la espalda, con un método de lo más primitivo y tradicional. Es increíble que las indias puedan trabajar en el campo, en cuclillas al ras de la tierra, lo mismo que casarse enfundadas en ese mismo atuendo. Sin importar la pobreza, que la hay a manos llenas, todas visten con esta hermosa prenda.
El sari es un traje sumamente elegante, que hace ver a las indias dignas y endiabladamente femeninas. La cuestión es que todo ello suena contradictorio. El sari es sexy, mientras la sociedad sigue ejerciendo una represión brutal en la mujer. La cultura se desborda en sexualidad, pero todos simulan que la parte de la cintura que se revela, mustiamente, al frente y en la espalda, es imperceptible, lo mismo que los brazos desnudos que tintinean, coquetamente, al ritmo de las pulseras.
La seducción del sari es, sin duda, uno de los tesoros discretamente guardados por un país que es capaz de conjuntar el éxtasis religioso y el sexual, en el mismo templo.
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