Para mi mamá, y las mujeres de su generación, era impensable ponerse un vestido sin fondo abajo. Su propósito no sólo era evitar que la ropa se pegara a las medias, sino también opacar la zona para que no se transparentara nada. Sin embargo, los fondos también tenían una función erótica pues, con su seda y sus encajes, eran un arma poderosa de seducción.
Hoy en día encontrar un fondo no es fácil. Más aún si se busca uno que siga siendo femenino y sexy. Los que tienen los almacenes están confeccionados con nylon del más corriente (que terminaría pegándose más a la tela que si no se llevara fondo) y los encajes parecen comprados en la mercería de la equina. En Saks encontré unos hechos de lycra que seguramente treparían por los muslos al caminar, además de que el precio parecía que incluía un viaje a París.
Marcas como La Perla sigue ofreciendo finísimos fondos, muchos de ellos son tan hermosos, que darían ganas de llevarlos como vestido de coctel. No obstante, sólo las mujeres maduras los compran, porque las jóvenes ignorar su existencia, su eficiencia y su trascendencia en un guardarropa femenino.
Yo heredé un par de fondos de mi madre. Otros tantos han sido un regalo o me los he comprado yo misma. Debo ser de las pocas mujeres que lleva esa prenda interior. Quizá una en millones. Una en millones, repito, porque ahora resulta que algo tan tradicional puede convertirse en un toque de originalidad, en un sello totalmente femenino en vía de extinción.