1/30/2011

Barcelona para el mundo



Semillero de los más grandes artistas, no es de extrañar que Barcelona se revele como un tesoro de creatividad en todos los ámbitos. Quizá porque sus habitantes no se consideran españoles y, sin duda, se relacionan más con el resto de Europa que con su propio país, Cataluña ha abierto brecha como capital de la moda.

La vanguardia en su arquitectura ha recubierto la ciudad de Barcelona con edificios curvilíneos, mosaicos y cientos de relieves. Aunque la franca irreverencia se desató con el diseñador industrial Javier Mariscal. Por su lado, la moda también experimentó con volumen, asimetrías y fantásticas texturas. Sin embargo, nunca se había definido tan patriótica hasta la llegada de Custo Barcelona.

Custo Dalmau, el diseñador responsable del cambio de look en la moda casual catalana, comenzó su negocio de camisetas estampadas después de una largo viaje en moto que emprendió junto con su hermano David, por todo Estados Unidos. La idea de hacer ropa casual de manera profesional prendió como pólvora en un mercado en donde las camisetas eran ya parte del guardarropa informal incluso en oficinas, de tal modo que cuando yo conocí a Dalmau, por ahí del 2000, ya estaba listo para hacer su crossover ni más ni menos que aterrizando en Henri Bendel, uno de los almacenes más exclusivos en Nueva York.

Dalmau recogió el colorido que observó durante su trayecto turístico y lo plasmó en divertidos estampados con matices de calidoscopio. Las figuras humanas muy al estilo Jordi Labanda fueron cediendo su protagonismo a las texturas que se lograron a través de diferentes telas y procesos de estampado. Las siluetas que en un principio eran básicas -aunque con tendencia a ceñirse al cuerpo-, fueron complicándose al punto de requerir ampliar su concepto e iniciarse en el telar plano.

Entre el éxito de su línea de camisetas, su evidente ambición de comerse el mundo de la moda a mordidas, la demanda de una colección vasta y fresca para poder participar en los desfiles de Nueva York cada temporada, Custo Barcelona fue subiendo los precios al tiempo que traicionando su esencia y, con ello, perdiendo la lealtad de su clientela.

Como es lógico, hubo y hay decenas de imitaciones de Custo Barcelona. Paramita, una de ellas, se ha conformado con la experimentación en tela de punto, jugando con la mezcla de telas y la variedad de coloridos estampados. Esta marca, también se ha asegurado de no exagerar con sus precios, por lo que se ha mantenido como una opción más económica que la ropa de Dalmau.

Sin embargo, también ha habido imitadores que terminaron superando a su modelo. Quizá porque se concentraron en la confección y desarrollo de un producto de moda a nivel local y han crecido a paso constante y definitivo, hasta llegar a colocarse en otras capitales de moda como Londres, con gran éxito. Estoy hablando específicamente de Desigual, una marca obviamente inspirada en las enseñanzas de Custo Barcelona, pero que ahora domina el mercado por encima de su predecesora.

Desigual es una cadena de tiendas y corners que manejan tejido de punto y telar plano, siempre con prendas repletas de estímulos visuales y hasta cierto punto apabullantes para un consumidor serio o con mentalidad conservadora. Traer un vestido de esta marca es llevar un anuncio que la promociona, no sólo porque en general ostenta el logo, sino porque su concepto –originado por Custo Barcelona en sus inicios- es reconocible, constante y totalmente catalán.

Algo está funcionando mejor en Desigual. El número de prendas y el de tiendas es infinitamente menor en la marca Custo Barcelona, lo que equivale a su correspondiente baja de clientes. Antonio González de Cosío, el editor y cronista de moda mexicano que ahora reside en Cataluña, asegura que Dalmau también ha tenido que disminuir sus precios para encarar la fuerte competencia que ahora tiene.

Desigual, en cambio, crece con un vigor envidiable. Sus tiendas, repletas de inventario, presenta varias colecciones paralelas que, algunas veces, comparten una inspiración. En mi visita en enero, había un tema asiático impregnado en varias prendas. Podía distinguirse el inicio de esta colección en otoño-invierno y, en su segunda entrega, la rendición de los diseñadores ante tan delicioso proyecto. Todo era geishas, crisantemos y cerezos entremezclados con rayas, círculos, texturas rebordadas en hilo metálico o lentejuela. Un deleite para el gusto barroco y recargado de los fashionistas que aman ser vistos y comentados.

Hace unos años Cataluña proponía moda casual, ahora la exporta, la presume y la perfecciona. Todo debido a un viaje a Estados Unidos y al gran observador y talentoso Custo Barcelona.

Foto 1.- Custo Barcelona. 2.- Paramita. 3.- Desigual.

1/21/2011

¿Quién es Ossiel Ramos Abarca?



Cuando un fotógrafo te recomienda a un maquillista no hay mucha opción: hay que llamarlo. Pero si, además, te advierte que pone la base de maquillaje más fabulosa y duradera, no hay vuelta de hoja, no queda más que contratado.

No es gratuito que Ossiel haya trabajado cuatro años para M.A.C en donde recientemente dejó su puesto de entrenador de maquillistas para triunfar en solitario. Desde los 18 años se ha preparado para este paso y, como es de suponerse, su trabajo en backstage bajo presión, con decenas de caras que maquillar, lo han llevado a experimentar hasta la locura.

Su trabajo en editorial también es impresionante. Yo tuve la oportunidad de trabajar con él en una sesión para un proyecto personal y el maquillaje hizo que de la modelo surgiera una fuerza increíble. Ahí aprovecho para comentarle que sus bases son famosas y él esboza una tímida sonrisa y con una mirada incrédula pregunta: “¿Ah sí?”.

Hablamos de los maquillistas que admira: Path McGrath, Val Garland y Ozzy Salvatierra. Ellos son su inspiración cuando hace moda conceptual en editoriales y portadas. En los desfiles tiene la ventaja de poder ver la reacción del diseñador de la colección y el público, cuando ven salir a las modelos con un rostro transformado por sus pinceles.

La vida después de M.A.C tiene que ser un reto incluso para alguien que se ha probado talentoso tantas veces. “Quiero brillar con luz propia”, dice al contarme este sueño. Y yo respondo en mis adentros: ¡Y LO VAS A LOGRAR!

Marido y marido




Me alivió saber que no sólo era mi primera vez, también era la de los novios. Es más, era probablemente la de todos en la fiesta. Una manifestación de que hemos progresado como sociedad para validar el amor entre dos seres del mismo sexo.

El gran suceso se llevó a cabo en Barcelona, primero con una juez declarando como un matrimonio legal la unión de mis amigos. Después con un gran banquete a la orilla del mar y un atardecer inolvidable.

Uno de los novios, mi querido amigo y colega, Antonio González de Cosío, se dedicó  meses a coordinar los atuendos de sus familiares y amigos. Los que tienen fama de fachosos se esmeraron al tratarse de la boda de un experto y demandante editor de moda. Los que amenazaron con llevar algo muy sencillo o viejo, se compraron ropa nueva. El novio de Antonio, aderezó su traje sobrio y negro con una corbata rebordada en cristales Swarovski. La suegra llevaba un tocado en la cabeza, el padrino unos Converse rosas y yo, bueno, yo rompí todas las reglas.

La advertencia era que no podía vestir de negro, porque los españoles lo asocian con funerales. A Antonio tampoco le parecía correcto que llevara pantalones. Sólo me quedaba el vestido rojo, que él aceptó gustoso. El problema es que esa mañana encontré el atuendo ideal: exagerado, elegante, provocativo y divertido. Sí, en mis reglas del buen vestir, lo hubiera catalogado como excesivamente formal para una boda en la tarde, pero estábamos hablando de Antonio, el novio enfundado en una chaqueta bordada en oro de Chanel. Entonces me brinqué el protocolo y me apersoné con un escote que dejó con la boca abierta a gays y no gays.

No fue como la boda de Sex and the City, gracias a Dios, pero tuvo sus detalles muy distintivos. Lo más original, sin embargo, era la sensación de incredulidad mezclada con gozo que todos teníamos, al estar presenciando una boda entre dos maridos. Marc finalmente rompió el hielo. “Esta también es nuestra primera boda gay”, dijo. ¡Uff!, todos respiramos profundo porque sabíamos que sería la primera de muchas.



1/20/2011

Sari para todas



En India, la señora que barre la calle, la que sale como heroína en la telenovela, la que vende en el mercado, la que pasea en un lujoso carro camino a su palacio, todas llevan puesto un sari. Ya eso es suficiente para admirarnos. Pero si consideramos, además, que ellas lo llevan independientemente de su edad o figura, eso sí es incomprensible para una mente americana. ¿Cómo es posible que una anciana muestre su piel flácida y arrugada? ¿Cómo se atreven las señoras a salir con su abdomen, muy prominente por lo general, al descubierto?

Habría que considerar la posibilidad de que la cultura india es más tolerante con la silueta femenina y con la vejez. Cabe pensar que ellas no se estremecen, como nosotros, ante una piel con textura de naranja, un vientre abultado o una señora de 80 años con la cintura al aire. Quiero imaginar que entre tantas tradiciones rígidas, muchas de ellas injustas para las mujeres, India se olvidó de vetar la madurez de su cuerpo, las pruebas de su maternidad y las múltiples imperfecciones que puede mostrar su figura.

El sari es para todas, pero su precio difiere por su calidad y el tipo de trabajo que supone su manufactura. Hay unos que valen unas cuantas rupias (moneda india), en tanto que otros no sólo pueden costar miles, sino que llevan años en tejerse. Pero en el fondo, estamos hablando de que las mujeres adineradas llevan un traje, en esencia, igual al de cualquier barrendera. ¿Pueden imaginar que sucediera lo mismo en Argentina, Colombia, Estados Unidos o México? ¿Nosotras aceptaríamos llevar el mismo atuendo que las demás?

No queda más que cuestionarse las reglas que nos rigen, nuestros valores y prejuicios. Que el ejemplo de las indias sirva para probar que existe un lugar en la moda en donde todas gozamos de los mismos derechos. 

1/09/2011

El sari, lo más sexy



La vestimenta utilizada por las mujeres de cualquier grupo social o económico en la India, no sólo muestra la gran manufactura de textiles que tiene ese país, sino también la inmensa posibilidad de texturas, acabados y estampados que la creatividad es capaz de lograr y combinar.
El sari, un lienzo de tela de seis metros, se enreda y embute a la cintura a través de un cordón, se pasa por el pecho para cubrirlo en gran parte y se deja caer en la espalda, con un método de lo más primitivo y tradicional. Es increíble que las indias puedan trabajar en el campo, en cuclillas al ras de la tierra, lo mismo que casarse enfundadas en ese mismo atuendo. Sin importar la pobreza, que la hay a manos llenas, todas visten con esta hermosa prenda.
El sari es un traje sumamente elegante, que hace ver a las indias dignas y endiabladamente femeninas. La cuestión es que todo ello suena contradictorio. El sari es sexy, mientras la sociedad sigue ejerciendo una represión brutal en la mujer. La cultura se desborda en sexualidad, pero todos simulan que la parte de la cintura que se revela, mustiamente, al frente y en la espalda, es imperceptible, lo mismo que los brazos desnudos que tintinean, coquetamente, al ritmo de las pulseras.
La seducción del sari es, sin duda, uno de los tesoros discretamente guardados por un país que es capaz de conjuntar el éxtasis religioso y el sexual, en el mismo templo.


India, amor al color


El último sueño del 2010 y el primero del 2011 se hizo realidad. Visité India con la seguridad de que iba a enamorarme y no me equivoqué.
Cuando pensaba en color, siempre había recurrido a la referencia de Tlacotalpan, Veracruz, o a las mujeres del Ismo de Tehuantepec. Pero yo no sabía nada de color ni del valor de llevarlo puesto, hasta que pisé la India. Tal vez porque venía llegando de un viaje a Chile*, en donde tanto la moda como la personalidad de las mujeres es más bien parca, el efecto fue como si me hubiera tomado la más burbujeante botella de champagne. Mis ojos no querían parpadear y el estímulo visual me hacía agua la boca.
La gama de tonos se desplegó como un abanico de ideas por concebir. Zafiro, esmeralda, amatista, ámbar, turquesa, jade, aguamarina y topacio, no había piedra que no hubiera impregnado su esencia en un sari. En cambio, la falta de gris, blanco o negro era notable.
Los saris estampados son frecuentes, lo mismo que los de tono liso, lustroso, con cenefas a contraste, pero también están los bordados con lentejuelas y chaquiras. Pero eso no es todo, las indias utilizan un colorido cárdigan (suéter abierto al frente con botones) para cubrirse del frío, que completa el cuadro visual. Eso sin contar las joyas que no parecen tener límite en gama y diseño.
El placer de ver nunca fue tan intenso.

*Busca la entrada sobre la moda en Chile en un futuro cercano.